Por: José Francisco Peña Guaba
Me sorprendió la ida de mi estimadísimo Johnny, porque la impronta de su vida nos invitaba a la inmortalidad, él era de esos seres destinados a no morir nunca, porque su proverbial alegría y su musical temperamento tenían la configuración de lo eterno e inextinguible.
Acostumbrados a ver a Johnny como un tío por la hermandad con mi padre, esa relación afectiva y recíproca fue de toda la vida, cosa que se traspasó a ambas familias, que nos coaligamos como si fuese una sola, por la cercanía de nuestros progenitores.
En el mes de enero de 1998 fui llamado por mi padre para verlo a su casa, ubicada en la carretera San Cristóbal-Cambita, me tenía una encomienda, visitar a Johnny Ventura para decirle que papá necesitaba verlo, previo a este encuentro me había confiado que llevaría a su amigo de larga data como su candidato a vicesíndico. Entiendo que ese pedido nacía de tres realidades, la primera, es que el “Caballo Mayor” era como su hermano y de una lealtad probada; segundo, el líder estimó que en una posible ida a destiempo, le debía de dejar la posición a alguien de actuación institucional que no perteneciera a ningún grupo a lo interno del PRD; y tercero, en medio de tantas presiones a los que fue sometido por los dirigentes de su propio partido, reconocía en Johnny su lealtad sin precio ni duda, siempre comprendí que esa decisión del líder era hija del reconocimiento a la fidelidad probada, que en esos tiempos al decir verdad, estaba tan cuestionada por la lucha callada y sórdida por quiénes le reemplazarían ante su esperada desaparición física como candidato presidencial para el 2000, no como líder claro está, porque todos sin excepción sabían que no podían calzarse con esas botas.
Salí raudo y veloz a la casa de mi tío Johnny a cumplir la misión asignada, en un acto de indiscreción le expresé los fines por lo cual su hermano líder le urgía verlo y que se preparará para tener la respuesta a ese pedimento. Johnny en ese momento no me dijo su respuesta, solo después de la reunión de ambos, él aceptó asumir la candidatura ofrecida y con entusiasmo asumió la tarea pero, el destino nos tenía reservada una sorpresa que al igual que está, la de mi querido maestro Ventura, nos tomaría a todos desprevenidos y fue el cerrar de los ojos de mi padre el 10 de Mayo, apenas 5 días antes de las elecciones congresuales y municipales del año 1998.
En medio del desconcierto que produjo la partida de mi padre, me llamó Tony, mi hermano, para decirme que habría una reunión de la Comisión Política del PRD, a fin de sustituir la candidatura de la capital, y que tenía que participar en la misma, de la cual no era miembro, porque hacía ya unos pocos años que era el presidente del BIS, posición que pase a ostentar a la salida de Hipólito Mejía, que había vuelto a ocupar una vicepresidencia en el “Glorioso buey que más jala”.